Lo difícil es que el lunes próximo, 29 de abril, no pase nada. Cuando un presidente del Gobierno, en carta abierta, anuncia que se toma unos días para reflexionar si le merece la pena continuar en el cargo, todo es posible. Hasta entonces, las elucubraciones sobre qué decidirá Pedro Sánchez se multiplicarán tanto con elogios al concernido como con las descalificaciones que le acompañan desde que ganó la presidencia del Gobierno. Ninguna virtud ni buena intención le han guiado jamás: todo puro oportunismo para mantenerse en el poder. Esta es la síntesis moderada de lo que de él se dice desde hace cinco años y que, con temor, se ha replicado en estas horas desde que el jefe del Gobierno anunció un ejercicio de introspección que le guíe en su decisión. Sus detractores políticos han tratado de superar de inmediato la sorpresa para denunciar que lo que persigue es aparecer como “una víctima” y que ellos no lo van a consentir. Le denunciarán, se vaya, se quede o tome la decisión que tome: someterse a una cuestión de confianza, dimitir y poner en la lanzadera a un candidato a la presidencia de su partido y que el Congreso decida, o directamente convocar elecciones.

Las conversaciones parciales obtenidas en las últimas horas apuntan a una decisión alejada de cualquier estrategia, si no emotiva o impulsiva. Hoy era el día de ensalzar a la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, como candidata a las elecciones europeas, y desde este viernes volcarse en la campaña catalana en apoyo a su candidato y amigo, Salvador Illa. La carta escrita a la opinión pública, sin membrete, un folio en blanco, es impulsiva. Los planes de Sánchez se pararon en seco esta mañana cuando conoció que un juzgado había aceptado la denuncia de Manos Limpias contra su esposa, Begoña Gómez. Nunca pensó el líder socialista que un juez pudiera tomar esa decisión. Su malestar, incluso su dolor, empezó desde el primer momento en el que el nombre de su esposa salió a la palestra por supuestamente favorecer a empresarios con los que ella se había relacionado o que habían dado clases en su cátedra de la Universidad Complutense.

Quizá la incomprensión de la acusación ha llevado a Pedro Sánchez, y a todo su entorno, a no establecer una línea de defensa ni dar explicaciones sobre la situación profesional de su mujer, relacionada con el mundo empresarial de la captación de fondos desde antes de conocer a Pedro Sánchez. No ha habido nunca respuesta del presidente y de su entorno a las preguntas de si no estimaba conveniente dar alguna explicación sobre las relaciones de su esposa con empresarios que, después, han tenido relación con el caso Koldo. No, no hay por qué.

No hay nada ilegal, no hay caso judicial. Esta ha sido la respuesta recurrente, siempre con el añadido de que el presidente siente enorme consternación por la utilización de su esposa en la refriega política. No han dudado nunca en La Moncloa ni en el PSOE de que la petición de explicaciones formulada por el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, sobre “el entorno más cercano del presidente”, eufemismo para referirse a Begoña Gómez, iba a ir in crescendo con el tiempo. Si no directamente, a través de otros actores. Ahora, en su carta abierta le cita expresamente, junto al líder de Vox, Santiago Abascal, y los nombra “cooperadores necesarios” para crear “el lodazal” en el que les acusa de meter a la política. El Sánchez del Manual de Resistencia es el que también dejó el escaño en 2016 y empezó desde cero. Ahora puede hacer lo mismo, fuera de la política. Pero no hay la menor certeza en su entorno en estas horas sobre cuál será su respuesta a la pregunta de si le merece la pena seguir.

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