El PSOE aguarda a la reunión de la ejecutiva del próximo lunes para que Pedro Sánchez, una vez pasadas las elecciones vascas, confirme formalmente una impresión que tanto en el partido como en el Gobierno dan por hecha: la apuesta por Teresa Ribera para encabezar la lista a las elecciones europeas del 9 de junio. Los silencios llegan a ser elocuentes en las cúpulas de Ferraz y La Moncloa cuando se interpela por Ribera. Todas las señales marcan la misma dirección —Bruselas—, aunque nadie quiere confirmarlo aún. La elección de la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica (Madrid, 1969) sería toda una declaración de intenciones: Sánchez quiere ir al choque contra la derecha y la extrema derecha en una de las grandes batallas ideológicas actuales, la medioambiental, y en esa apuesta contaría con un peso pesado del Ejecutivo. Ribera enarbolaría la bandera de la lucha contra el cambio climático frente a la ambigüedad climática del PP y el negacionismo de Vox, remarcan fuentes del PSOE. Su contribución a la reforma del mercado eléctrico tras la crisis de precios por la guerra de Ucrania es otra de sus fortalezas.

La dirección socialista no dispone de mucho margen para resolver la incógnita de la lista para las europeas. El comité federal, máximo órgano del PSOE entre congresos, la aprobará el 27 de abril. El día anterior está previsto que se reúna la comisión federal de listas para cerrar la candidatura. Y este próximo sábado, 20 de abril, se termina el plazo para que las agrupaciones del partido propongan a sus candidatos. La previsión es que Ribera, militante de Madrid, cuente con un gran respaldo en su federación. La propuesta no es vinculante —Sánchez tendrá la última palabra— pero sería otra pista. Como las que han dejado los últimos días la propia Ribera y el líder socialista. “Será lo que ella se proponga”, la elogió Sánchez. Antes, la vicepresidenta allanó el camino afirmando que estaría “muy contenta en un sitio o en otro” y asegurando: “Me veo como un activo importante de mi Gobierno y de mi partido”.

Mientras Ribera aguarda en capilla, en Ferraz sostienen que habrá pocos cambios en la lista de eurodiputados. El compromiso del área de Organización que dirige Santos Cerdán es que todas las federaciones estarán representadas en puestos de salida; es decir, en los primeros 17 o 18 puestos. El PSOE obtuvo 21 escaños en 2019, por los 13 del PP, que ahora parte favorito en las encuestas. La castellanoleonesa Iratxe García, actual presidenta del Grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas en el Europarlamento, es una de las fijas en la lista y repetirá en los primeros puestos, según fuentes de Ferraz. También se da por descontada la continuidad del gallego Nicolás González Casares, el asturiano Jonás Fernández o la castellanomanchega Cristina Maestre.

El PSOE se definió como un partido ecologista en su último Congreso Federal, hace casi tres años. Y el propio Pedro Sánchez ha hilvanado en la última década, desde sus tiempos de diputado raso, un discurso verde que ha ayudado al PSOE a limitar la consolidación de alternativas ecologistas fuertes como los partidos que existen en Alemania y otros países de Europa central.

Ribera se ha convertido en la opción más probable para encabezar la lista a las europeas, sobre todo después de que Josep Borrell, candidato en 2019, renunciase a repetir. La vicepresidenta, que antes de ser nombrada ministra en 2018 ya formó parte del equipo de confianza de Sánchez en la oposición y ha evolucionado desde un perfil exclusivamente técnico a uno mucho más político, afrontaría dos retos. El primero es concentrar el 9 de junio el voto transversal del electorado preocupado por la adaptación al cambio climático, y que es sobre todo joven y urbano. Con ese voto Ferraz y La Moncloa confían en restar distancias con el PP.

El segundo desafío llegaría a finales de junio, cuando el Gobierno propondría a Ribera como responsable de las carteras de Energía y Medio Ambiente de la Comisión Europea. El auge de la extrema derecha puede afectar a los equilibrios de poder de las familias políticas europeas —conservadores, socialdemócratas y liberales— que hasta ahora han manejado los hilos de la Comisión Europea. El próximo Parlamento Europeo tendrá previsiblemente un sesgo muy conservador, pero si Ribera tiene éxito se convertiría en la némesis de los socios de Santiago Abascal en toda Europa. Y en la garantía de que la UE no daría pasos atrás en sus políticas medioambientales. O al menos los contendría.

Ribera fue la primera candidata que Sánchez tuvo en mente, pero la intención de la vicepresidenta de permanecer en el Gobierno llevó a que el presidente tantease a Borrell para que repitiese como cabeza de lista, según distintas fuentes gubernamentales y del partido. El Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, con una larga trayectoria en Europa y que el 24 de abril cumplirá 77 años, declinó ser el candidato, y Sánchez volvió a su idea inicial: Ribera.

El gran interrogante es hasta qué punto Ribera servirá de acicate. Con Borrell, los socialistas ganaron las europeas en las dos ocasiones en que fue el candidato: 2004 y 2019. El porcentaje de apoyos (32,8%) que logró su candidatura en las últimas elecciones superó incluso al que Sánchez obtuvo un mes antes en las generales (28,7%). Ribera confía ahora en captar votantes desencantados de Podemos y Sumar, apelando al “voto útil”. En su contra puede tener el rechazo que genere en el campo por su hoja de ruta para acelerar la reducción de emisiones con los agricultores en pie de guerra o su defensa del lobo. Pero el PSOE espera compensarlo con el ecologismo y la sostenibilidad como reclamo, sobre todo en las grandes ciudades, en unas elecciones con circunscripción única.

Fuentes de Ferraz explican que Borrell puso como condición para presentarse a las elecciones no recoger después el acta de eurodiputado. En 2019 ya se resistió a ser el candidato, aunque al final aceptó, pero cinco años después el máximo responsable de la diplomacia europea se ha descartado, con la crisis de Oriente Próximo en su punto álgido. “Todo el mundo entiende que tengo un trabajo que no puedo abandonar. La situación es mala y va a ser peor, por lo que el Alto Representante tiene que seguir hasta el final del mandato”, zanjó el 9 de abril, en una comparecencia en la que no aclaró si el PSOE le había pedido concurrir a las elecciones. Si Borrell fuera candidato, tendría que abandonar su actual cargo, un puesto crucial en un momento tan sensible para hacer campaña.

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