Philip Lawrence, de 72 años, empuja con brío su andador, adornado con dos banderas de Inglaterra, hasta llegar al extremo del muelle de Clacton-on-Sea, como quien se asoma a la proa de una nave a la deriva. Cada mañana, desde hace dos años, se sienta solo a contemplar el mar del Norte y los molinos de energía eólica que se divisan entre la bruma o la calima. “El país se está yendo a la ruina. No dejan de llegar inmigrantes. El otro día vi cómo se acercaban a la costa unos 60 de ellos”, rumia el obrero de la construcción, mientras da sorbos a un refresco en un vaso de cartón.

A su espalda, las atracciones del muelle comienzan a despertar. La noria, los autos de choque o la inmensa sala con máquinas recreativas y videojuegos. Ocio decadente que se llenará apenas a medias, con un turismo local empobrecido. Es el paisaje habitual de la costa este inglesa. Otra villa vacacional surgida en la era victoriana y abandonada a su suerte cuando los operadores turísticos comenzaron a transportar a España y otras playas del Mediterráneo a hordas de británicos por precios irrisorios.

En 2016, esta pequeña villa de poco más de 50.000 habitantes en el condado de Essex fue uno de los lugares con apoyo récord —más de un 70%— al Brexit. En las elecciones de 2015 votó al partido populista y antieuropeo UKIP. En 2019, dio su respaldo a Boris Johnson. En 2024, ese personaje histriónico y provocador que ha distorsionado durante las últimas dos décadas la política británica, Nigel Farage, ha decidido a última hora que se presenta por octava vez al Parlamento, en nombre de la formación Reform UK, que él mismo ayudó a fundar. Y la circunscripción que ha elegido para su aventura es Clacton-on-Sea.

“¡Oh, es un tipo brillante!”, dice Lawrence cuando le preguntan por Farage. “Cuando habla, dice exactamente lo que quiere decir. Sin rodeos”, asegura. Regresó a su localidad natal durante la pandemia, después de toda una vida en Londres. Ahora vive con su hermana, arañando una pensión pública de poco más de 200 euros semanales.

“¡Essex, Essex, Essex es basura… un forúnculo en el culo de la nación!”, cantaban las marionetas de aquel famoso programa satírico, Spitting Image, de la televisión británica de los noventa. Hoy sería impensable escuchar algo así en pantalla, pero el condado sigue conteniendo en el imaginario público todos los tópicos, las verdades y las contradicciones de Inglaterra. Cultivado por el Partido Conservador, que siempre ha cosechado allí un caudal de votos. Despreciado y ridiculizado por las clases altas y urbanas. En Essex surgen las chicas y chicos que pueblan reality shows equivalentes a los programas españoles Mujeres y hombres y viceversa o La isla de las tentaciones. “Joven, trabajador, ligeramente embrutecido y culturalmente estéril”, describió hace ya 30 años el periodista Simon Heffer del diario Sunday Telegraph al que bautizó como Essex Man (Hombre de Essex).

Más desesperación que ignorancia

En el camino hacia el sur de una playa con kilómetros y kilómetros de arena fina, se tarda poco más de 40 minutos a pie —cinco o seis en automóvil— en llegar desde Clacton-on-Sea hasta Jaywick, considerada en los últimos años como el lugar más pobre y deteriorado del Reino Unido. Tiene 5.000 habitantes.

Las pequeñas casas alineadas a orillas del mar, alquiladas durante años a los turistas londinenses y hoy ocupadas por británicos que en su mayoría viven de los subsidios sociales, presentan una imagen decadente. Algunas están incendiadas, otras decoradas con pintadas de grafiti.

Una de las viviendas a pie de playa en Jaywick.Rafa De Miguel

Muchos de los hostales de la zona han acabado dando cobijo, financiados por el Gobierno, a los inmigrantes irregulares que llegan al país. Son un porcentaje pequeño, pero incrementa la tensión en una zona que ya es un hervidero social.

Detrás de las viviendas de primera fila de playa, el callejón es un escenario de basura acumulada, barbacoas herrumbrosas, perros de aspecto fiero y ropa tendida. Una calle más atrás, entre casa y casa se pueden contar sin cesar locales comerciales abandonados. Un solo pub, con el inquietante nombre de Never Say Die (Nunca te Rindas).

Es difícil encontrar a alguien en el vecindario que no vea alguna virtud al candidato Farage, con su discurso tan aparentemente patriótico, tan xenófobo, tan crítico con la nueva izquierda, tan reivindicativo de una Inglaterra que se siente abandonada.

Aunque no todos compran el 100% de la mercancía. “No soporto ese discurso tan homófobo y tan asquerosamente racista que destila. Se nota que no ha pisado esta zona. No tiene ni idea de cómo es esta gente. Claro que hay de todo, pero también encuentras bellísimas personas”, explica, en referencia al mensaje de Farage, Kim —no quiere, como otros tantos, ni dar su apellido ni dejarse fotografiar—, una mujer de poco más de 30 años que vive con su abuela, su madre y sus pequeños en una casa de habitación única.

Su boca, con una dentadura completamente deteriorada, llama la atención por encima de cualquier otra cosa. “Es imposible lograr una cita con el dentista del NHS (el Servicio Nacional de Salud). Simplemente para que me atienda el médico de familia me tengo que levantar a las siete de la mañana y hacer cola para lograr una cita”, se lamenta Kim.

El candidato Craig Jamieson ha decidido presentarse por el Climate Party, una formación minoritaria, en la circunscripción de Clacton-on-Sea. A sus 51 años es el propietario de una pequeña empresa de energías renovables, y está convencido de que la brisa marina y el sol de la zona son la fuerza que puede remontar la economía de la región. Pero admite que resulta difícil competir con Farage: “Es gracioso, muy entretenido, carismático, se muestra dispuesto a discutir de todo abiertamente y, en cierto sentido, representa algunas de las mejores cualidades de lo que significa ser británico”, admite Jamieson, que tiene difícil encajar su discurso medioambiental en una población que pelea por salir adelante en el día a día. “En esa situación, es absurdo pedir a la gente que cuente las calorías o la huella de carbono que hay detrás de la lata de espaguetis a la boloñesa con que se alimentan”, admite.

Los “verdaderos indígenas”

En una de las abundantes viviendas que exhiben con orgullo el cartel de apoyo a Farage y a Reform UK, Paul, que trabaja en los cuatro metros cuadrados de jardín delantero, tiene ganas de conversación. Viste solo unos pantalones cortos. Tiene 58 años. Aparenta 10 más. Cabeza rapada. Tatuajes por todo el cuerpo. Tampoco a él le quedan muchos dientes. Nació en Londres. Dio tumbos por Hong Kong y Tailandia. Construcción, restaurantes… de todo hasta regresar a Inglaterra y asentarse en Clacton-on-Sea. Es otro de los que aseguran que Farage “va con la verdad por delante”. Al notar que el periodista es español, comienza todas sus frases con un “no me malinterpretes, no tengo nada contra ti, pero…”, y se enzarza en un delirio paranoico en el que todo conspira contra “los verdaderos indígenas de Inglaterra, la población blanca”.

Cartel de apoyo al partido de Nigel Farage en una vivienda de Jaywick.
Cartel de apoyo al partido de Nigel Farage en una vivienda de Jaywick.Rafa De Miguel

“Mi familia votó al Partido Laborista cuando defendía de verdad a la clase trabajadora, pero yo dejé de hacerlo hace mucho tiempo. Y no me convence ninguno de los dos principales candidatos”, se queja.

—Pero Rishi Sunak es un hindú de origen indio que ha llegado a Downing Street. ¿No le produce orgullo?

“Seguro que es muy trabajador y se lo merece, pero también es cómplice de todo este discurso antibritánico, contra todo lo inglés, contra los blancos”, contesta mientras cierra la puerta de su verja.

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