Sin perder de vista la enquistada guerra en Gaza, Israel atiende a la creciente tensión en su frontera del norte mientras se debate entre la dialéctica bélica y la diplomática. El Estado judío asegura que trata de priorizar la vía negociadora para no lanzarse de lleno a una guerra de mayor intensidad en Líbano en un momento en el que la de la Franja palestina no amaina. Pero, al mismo tiempo, la realidad indica que la situación sobre el terreno no avanza en la dirección de una entente con la guerrilla chií Hezbolá. Israel está desplegando un mayor número de fuerzas en su frontera norte, algunos trasladados desde la zona de Gaza, al tiempo que lleva a cabo entrenamientos con sus tropas en esa misma zona septentrional para estar preparados en caso de que el polvorín acabe saltando por los aires.

El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, ha viajado a Estados Unidos para tratar de mover ficha con ayuda de su principal aliado. Es desde allí desde donde ha asegurado que su primera opción es la de rebajar la tensión en el norte para evitar un choque más frontal con Hezbolá, que cuenta con entre 50.000 y 100.000 combatientes y supone un hueso más duro de roer que Hamás. Sin embargo, en las últimas horas Gallant ha lanzado una de esas amenazas grandilocuentes que, en pocos minutos, pasan a ocupar los titulares de los medios de comunicación: si hay guerra, Israel puede mandar a Líbano “de vuelta a la edad de piedra”.

La creciente ebullición ha desembocado en una guerra de baja intensidad. En los más de ocho meses transcurridos de contienda, Israel ha lanzado 6.142 ataques sobre territorio libanés frente a los 1.258 de Hezbolá, según datos recopilados por la cadena catarí Al Jazeera desde el 8 de octubre al 21 de junio. Los muertos ascienden a 21 en el lado israelí y 543 en el libanés, según esa misma fuente. Hezbolá anunció este jueves la muerte de uno de sus hombres tras ser bombardeado desde un dron israelí mientras se desplazaba en una moto. El ataque fue también anunciado por los portavoces castrenses de Israel, que informaron asimismo de un ataque con drones por parte de la guerrilla libanesa sin causar víctimas en la zona costera próxima a la frontera de Ros Hanikra.

Unos 60.000 israelíes vecinos de la zona en conflicto llevan meses evacuados y repartidos por diferentes regiones de Israel. En el caso libanés, los desplazados internos ascienden a casi 100.000. El Ombudsman de la Administración israelí, Matanyahu Englman, alerta desde su perfil de la red social X de que el país no dispone pese al clima reinante de un plan para evacuar a los civiles que quedan todavía si estalla la guerra y señala a los desacuerdos entre Gallant y el ministro del Interior, Moshe Arbel. Englman añade que ha escrito al primer ministro Benjamín Netanyahu para que ponga “orden”

En medio de ese ambiente, el ejército de Israel está desarrollando ejercicios con efectivos de infantería y vehículos para estar listos ante una posible amenaza más seria desde el otro lado de la frontera, según ha informado el ejército en un comunicado que acompaña con imágenes de maniobras diurnas y nocturnas. Parte de esos hombres habrían llegado desde la planicie desértica de Gaza, según el Canal 12 israelí, y estarían llevando a cabo maniobras para afrontar una posible guerra en un escenario diferente como el salpicado de montes que separa los dos países.

Al mismo tiempo, el Gobierno de Estados Unidos ha recomendado este jueves a sus ciudadanos que “reconsideren seriamente” cualquier viaje a Líbano y ha alertado de que la situación de seguridad “pueda cambiar rápidamente”. El Gobierno francés, por su parte, ha asegurado que está “extremadamente preocupado” por la gravedad de la situación y pide moderación a las partes, según ha comunicado el Ministerio de Exteriores.

La milicia libanesa lanzó el 12 de junio su mayor ofensiva sobre el vecino del sur con hasta 215 proyectiles que llegaron hasta la ciudad de Tiberíades, a más de 60 kilómetros de la frontera. La semana siguiente, el líder de la guerrilla, Hasan Nasralá, aseguró que no desea una “guerra total”, pero que, si es necesario, combatirá “sin reglas ni límites”. Sus palabras incluyeron, por vez primera, amenazas a Chipre, miembro de la Unión Europea, si esa isla accede a que Israel, con el que ha celebrado ya maniobras, emplee sus bases para lanzar ataques.

Una escalada similar a la de Gaza con el vecino del norte supondría para Israel un mazazo en términos económicos y de vidas humanas. Los planes para cumplir sus objetivos básicos en la Franja, acabar con Hamás y traer de vuelta a los rehenes, están muy lejos de cumplirse. De manera paralela, la calle se levanta soliviantada porque muchos ciudadanos consideran que no se puede priorizar la vía militar a la humanitaria y que hay que centrarse en liberar a los secuestrados. Las manifestaciones señalan también al que es considerado principal responsable de que, tras más de ocho meses, la contienda no baje de revoluciones y la firma de un alto el fuego se aleje cada vez que asoma cierto optimismo. No es otro que Benjamín Netanyahu.

Los ataques y contraataques desde uno y otro de la denominada Línea Azul que tratan de proteger los militares de la ONU en lado libanés país se suceden por parte israelí, con sustento de EE UU, y de Hezbolá, apoyada por Irán, desde los primeros instantes de la actual guerra, que comenzó el pasado 7 de octubre, que se ha cobrado ya más de 37.000 muertos en el enclave palestino. La maquinaria militar israelí respondió aquel día sobre la marcha atacando la Franja tras la matanza de unas 1.200 personas por parte de los fundamentalistas palestinos. La guerrilla chií, que vivió en 2006 su peor enfrentamiento contra Israel, pronto expresó con proyectiles su solidaridad con Hamás.

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