Es una misión casi imposible aportar precisión a un tema tan impreciso, resbaladizo y cargado de ambigüedad como puede ser una violación y las versiones sobre ella. Especialmente cuando víctima y agresor han abandonado juntos una fiesta y cuando ella no se ha expresado claramente en contra, sino que ha sobrellevado el ataque como ha podido. Con humillación. Pero es lo que ha conseguido la francesa Karine Tuil en Las cosas humanas, una novela que primero traza ese alambre sin red y que después logra caminar sobre él en inquietante equilibrio hasta que llegamos al otro lado sin caer. Ni ella ni el lector. En España está recién publicada por Adriana Hidalgo Editora y antes fue llevada al cine. La película se estrenó en España en 2022 y coincidió con la aprobación de la ley del sí es sí.

“El MeToo ha sido una revolución muy importante y esencial que ha cambiado cosas, pero aún hay tabúes. Por ello debemos hablar y reflexionar juntos. El debate es la mejor forma de hacer evolucionar a la sociedad y un libro también sirve a la democracia. Es un contrapoder eficaz”. Así responde Tuil sobre lo que ha aportado su libro, que obtuvo el Premio Goncourt des Lycéens al ser votado por estudiantes franceses de Bachillerato entre una selección elaborada por la Academia que da nombre al galardón. Esta experiencia le ha llevado precisamente a encontrarse con numerosos jóvenes y dialogar con ellos sobre un tema tan espinoso como el consentimiento.

Tuil, nacida en París en 1972, conoció un caso mediático en la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, con todos los ingredientes de la doble versión. Y se fijó en algo que le despertó el instinto de novelista con aguijón: el padre del acusado lamentaba en su escrito al juez que su hijo fuera a perderlo todo por “veinte minutos de acción”.

Esos veinte minutos, ese terrible intervalo en que cambia la vida de dos personas, componen el corazón de una narración que se fija especialmente en el punto de vista del acusado, un joven francés prometedor; de su padre, famoso presentador de televisión, y de su madre, ensayista con doctrina feminista sobre la violación. Las contradicciones a las que les someterá la actuación bajo efectos del alcohol y la cocaína del estudiante son la médula espinal del libro.

“Cuando empecé a trabajarlo, quería abordarlo desde el punto de vista de la víctima. Conocía a víctimas, tenía muchísimos testimonios, pero no encontraba nada sobre los acusados”, relata a su paso por Madrid. “Pero no sabemos lo que pasa por la cabeza de una persona acusada de violación”. Una amiga abogada le recomendó entonces que asistiera a juicios por este delito. Y es lo que hizo. Durante dos años se empapó de procesos, estudió los perfiles psicológicos del violador y decidió afrontar la historia desde ese otro punto de vista. “Entonces me propuse abordar la cuestión del mal, el paso al acto y la posibilidad de cada uno de nosotros de hacer bascular tu vida hacia el lado equivocado”.

Así nació este relato estremecedor, una pieza de equilibrismo que enfrenta las dos versiones bajo riendas firmes: para la víctima, una chica tímida de 18 años procedente de un entorno judío muy replegado en sí mismo tras los atentados antisemitas contra su colegio en Francia, es una violación, una agresión que le ha destrozado la vida y que ha arrojado un manto oscuro sobre ella del que no vislumbra la posibilidad de salir. Para el agresor, era un juego, una seducción a la que ella nunca se opuso. La apuesta entre amigos consistía en ligarse a una chica y traer su braga de vuelta a la fiesta. Para ello la invitará a salir a fumar, le dirá cosas fuertes —”chúpamela, puta”—, la besará, avanzará hasta lograr lo que quiere y no podrá estar más sorprendido cuando llega la denuncia por violación. “Los jóvenes tenemos relaciones así”, dirá. Tal vez había sido “insistente”, tal vez “había ido un poco lejos”, sí. Pero él no creía haberla violado. Y menos aún concibe perder sus estudios en Stanford y truncar su carrera de éxito por ese episodio que “lamenta”. Según él: “La humillé. Fue mi único error”. “Fue una noche de excesos”. El eco del juicio de La Manada en la Audiencia Provincial de Navarra, cuando la víctima tuvo que enfrentarse al estigma y la acusación de que no se había opuesto suficientemente a entrar en el cubículo en el que fue violada, resonará con fuerza en los oídos de los lectores.

Fueron muchas las cosas que Tuil descubrió en los tribunales cuando se dedicó a analizar concienzudamente los perfiles. Y la principal fue la “extrema vulnerabilidad de todos, sea cual sea su posición social”. “Todos desempeñamos un rol en la sociedad, llevamos una máscara, pero la realidad de la condición humana es la fragilidad y, en las historias de violación, eso está exacerbado porque la intimidad queda expuesta, la vida privada se exhibe y la integridad de la víctima se destruye”. Los procesos judiciales, dice, “son extremadamente angustiosos para la víctima, pero también para el acusado, que no olvidemos que debe beneficiarse de la presunción de inocencia”. Si el caso es mediático, además entran en juego “los juicios paralelos”. Con las redes hemos topado. “Todo eso puede comprometer el buen desarrollo de la justicia”.

El Premio Goncourt des Lycéens a Las cosas humanas reconfirmó a su autora que “la literatura puede ser un instrumento de transformación social”. Entre sus páginas pugnan las fuerzas que lo intentan evitar entre una sobredosis de contradicción esencial: los padres supuestamente progresistas negarán la violación, mientras la víctima, acechada por su entorno más conservador, luchará por la verdad. Una gran batalla de literatura y realidad.

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