Londres, con sus diminutas y grandiosas maravillas. Los tiestos de flores colgados de las farolas, la diversidad de razas y culturas, los parques cuidados como si se acabaran de inaugurar ayer, los taxis negros, que ya son eléctricos, hamacas gratis para disfrutar, frente a una pantalla gigante en Regent’s Place, de los partidos de la Eurocopa y los de Wimbledon, la inabarcable oferta cultural… Todo eso sigue estando ahí. A pesar del estancamiento de la economía, del declive de la nación, a pesar del Brexit… Pero, ¿quién dijo Brexit? Ninguno de los principales candidatos a las elecciones generales de este jueves 4 de julio ha ensalzado o criticado la decisión más relevante adoptada en el país en lo que va de siglo, la salida de la Unión Europea. El favorito de todas las encuestas tras 14 años de gobiernos conservadores, el laborista Keir Starmer, se ha puesto de perfil sobre el asunto. Sin embargo, para muchos de los expatriados de la Unión Europea ya nada volverá a ser lo mismo. Miles de ellos se fueron. Pero los que se quedaron en la isla disponen de la perspectiva de cuatro años transcurridos desde que el Brexit se hizo efectivo. Y calibran el impacto del elefante en la habitación que los candidatos eluden mencionar.

El empresario español Daniel Juliá lleva 30 de sus 54 años residiendo en el Reino Unido. Su empresa suministra material de hostelería a los restaurantes en Londres. Le va bien. Pero cree que el país se ha vuelto menos atractivo. “Ahora yo podría tener ya la nacionalidad británica, pero me resisto. Tengo lo que ellos llaman el settled status, el permiso de residencia indefinido. Pero antes éramos todos ciudadanos de la UE. Y ahora no tenemos los mismos derechos que los británicos”.

Juliá habla de los pequeños y grandes detalles que ha notado desde entonces. Pequeños: “Antes del Brexit querías comprar algo en Alemania, te mandaban una factura, les pagabas y ya está. Ahora, aunque las cosas han mejorado un poco desde los primeros meses del Brexit, ya hay que hacer papeleo, tener un agente de aduanas. No es demasiado caro, pero son 50 libras por aquí, 60 libras por allá…”. Y los grandes cambios: “Antes el mercado laboral era más flexible, era más fácil encontrar gente para trabajar. Ahora, para traer un cocinero de Italia o de España tienes que pagar primero como unas 30.000 libras (35.370 euros)”.

El empresario esgrime una frase que irán repitiendo, con ligeras variantes, la mayoría de los consultados: “El Brexit ha sido un tiro en el pie para el Reino Unido”. Y explica: “Ante el problema que provocaban los recortes de los gobiernos conservadores culparon a la inmigración irregular. ‘¿Por qué no tienes una casa? Porque hay inmigración. ¿Por qué son tan largas las listas de espera en la sanidad? Por la inmigración’. Ese fue el mantra del Brexit. Y, ahora, [el candidato ultra y populista Nigel] Farage sigue con la misma cantinela”.

Se acaban de cumplir ocho años desde aquel 23 de junio de 2016 en que el Gobierno conservador de David Cameron celebró el referéndum. El 52% de los británicos aprobó el Brexit y cuatro años después, en enero de 2020, se hizo efectiva la salida de la Unión Europea. Fue el mayor revés en la historia del proyecto europeo.

El informático italiano Matteo Dughiero, de 34 años, llevaba ya ocho viviendo en Londres cuando se consumó la ruptura. Los días previos al referéndum vivió una situación que le persigue desde entonces. “Acudí a una asociación para buscar asesoría legal porque tenía problemas con el propietario de la casa donde vivía en régimen de alquiler. La señora que me atendió, británica y blanca, empezó a decirme que había que detener a todos esos extranjeros que venían a quedarse con sus puestos de trabajo. Y yo, en vez de enfadarme o discutir, le di la razón. Hasta el día de hoy me avergüenza haberlo hecho”.

“El maldito extranjero”

Dughiero cree que reaccionó así para integrarse, para no ser visto como “el maldito extranjero”. “Me dije: ‘si no puedo vencerte, tengo que unirme a ti’. Yo creo que el Brexit trajo esa desinhibición de cierta gente para hablar en contra de los inmigrantes. Antes del referéndum, nadie me habría dicho abiertamente eso de ‘no te quiero aquí’. Pero lo cierto es que yo vine para trabajar de camarero y los británicos no querían ese tipo de trabajo. En todo el hotel no había más que dos o tres británicos. El resto éramos italianos, eslovenos, españoles, franceses…”.

El expatriado italiano cuenta que, a pesar de todos los pesares, ha elegido quedarse en Londres “por las oportunidades” que le ofrece el país. “Yo vine sin ningún estudio, más allá de la educación básica. Y después de formarme por mi cuenta como informático y de empezar con pequeños trabajos, ahora tengo un buen contrato en la compañía Just Eat, de comida para llevar. Empecé en 2017 y en solo cinco años me ascendieron cuatro veces. Pasé de ganar 30.000 libras a 100.000 (117.000 euros). Si no hubiera salido de Italia, probablemente seguiría de camarero y tal vez sin contrato legal, recibiendo un salario en negro”.

Dughiero asume que el Reino Unido no ofrece ya a los europeos las oportunidades que él tuvo en su día y de las que disfruta ahora. Y prefiere que su hija crezca en Noruega, el país de su esposa. “Aquí si las cosas te van bien, como a mí, puede que no tengas problemas: yo tengo sanidad privada y buenos servicios. Pero yo quiero que ella se críe en un lugar donde si no tiene éxito en lo que haga eso no sea tan grave. Un sitio donde haya una infraestructura pública, una red de servicios para cuidar de ella. Una red que todo el mundo paga con sus impuestos”.

El chipriota Georgios opina que el principal cambio que aportó el Brexit al país fue la xenofobia. “Aunque me temo”, precisa, “que este fenómeno también se está dando ahora en otros países de Europa, con el auge de la extrema derecha”. Tanto Georgios, como su esposa italiana, Sandra, solicitan usar esos nombres y no los reales.

Georgios tiene 34 años y es investigador de big data, análisis de macrodatos. “En el caso del Reino Unido, este sentimiento de xenofobia es muy hipócrita. Porque los inmigrantes son los que sostienen al país. La mayoría de los camareros son extranjeros. Y en los hospitales pasa lo mismo con los médicos y las enfermeras”. Para este ingeniero, el resultado del Brexit es que las promesas del Gobierno conservador en cuanto a la reducción de inmigrantes no se materializaron. “Porque el país continúa necesitando mano de obra extranjera. Y, además, ha perdido peso en la política internacional”.

Grandes oportunidades, a pesar de todo

A pesar de todos los inconvenientes, este chipriota también ensalza las oportunidades laborales. “Si no me gusta mi trabajo, puedo cambiar de empresa en cuestión de días. Mientras que si volviera a Chipre, a pesar de mi experiencia, tendría que conocer al tipo que a su vez conozca a alguien que pueda conseguir que hable con la persona que finalmente va a decidir si me contrata”.

Sandra, de 34 años y esposa de Georgios, lleva en Londres 15 años. Es ingeniera de transportes, experta en movilidad. Y cree que en la vida diaria apenas ha cambiado nada. “Es más bien una cuestión íntima. Los políticos hablan de los inmigrantes como si fuésemos algo negativo. No explican lo que aportamos al país. Yo he tenido dos hijos en hospitales públicos y las enfermeras eran italianas y griegas”.

Sandra dice que donde más nota el efecto del Brexit es en su empresa. “Nosotros hacemos planes de peatonalización en Londres. Somos unos 50 en plantilla. Y salvo, cuatro o cinco, que son los mayores en la empresa, el resto somos europeos. Pero desde el Brexit nos cuesta muchísimo encontrar a gente para contratar”. Sandra también valora las ventajas materiales: “Aquí se invierte en la planificación de las obras, que es a lo que yo me dedico. Y se respeta mucho la flexibilidad de horarios y el teletrabajo”.

Ulises, nombre figurado de un español con 20 años de residencia en el país (también pide no usar el suyo), opina que el Brexit no supuso en su vida tanto un cambio material como psicológico. “Yo soy un privilegiado porque tengo un buen sueldo. A otros les ha ido bastante peor. Pero viví el Brexit como un rechazo, una traición”, asume. “Todos tenemos un amigo que se siente especial y que va un poco por su cuenta. Era guay cuando el Reino Unido pertenecía a la UE y se creían tan distintos. Pero cuando necesitas a ese amigo y te vuelve la espalda, entonces la cosa cambia”.

Ulises tiene 40 años y dirige proyectos de inteligencia artificial para multinacionales. “La mayoría de mis relaciones aquí son británicas. Pero ser europeo en un país que no quiere ser europeo te hace pensar que la relación es una mera transacción económica. Me otorgaron la residencia permanente sin ningún problema porque pago muchísimos impuestos. Solo por eso. Así que, es triste decirlo, pero ya no siento lealtad hacia este país”.

Todo lo que huele a civilización avanzada sigue ahí, como los tiestos de flores que cuelgan de las farolas. Pero cuando se levanta la alfombra que oculta el debate sobre el Brexit es fácil encontrar testimonios de europeos que denuncian la xenofobia creciente, la desconfianza hacia el extranjero. “La promesa británica del multiculturalismo se ha roto”, lamenta Ulises. “Y, además, están privatizando muchas cosas. Lo bonito de los famosos parques es que sean para todos. Cuando se privatizan, los jardines pierden su esencia”.

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