Siempre hay un lugar para las pequeñas sorpresas, es la ventaja de no hacer demasiado caso a las clasificaciones preestablecidas, al esquematismo. Es el caso de la serie noruega Noche de San Juan (Netflix). Cuando uno se dispone a ver una serie nórdica siempre se esperan asesinatos, violaciones e infancias traumáticas, lo que los expertos han llamado nordic noir. Pues no, Noche de San Juan está mucho más cerca del “realismo sucio” de los Carver, Ford y compañía que de Chandler o Hammett.

Los cinco capítulos de la serie creada y dirigida por el muy curtido productor, guionista y realizador Per-Olav Sørensen transcurren prácticamente en el mismo escenario, idílico, todo hay que decirlo: una hermosa casa al borde de un hermoso lago y con un hermoso nivel económico de sus personajes. La virtud de Sørensen, o una de ellas, es conseguir que el espectador se interese por los problemas convencionales, cotidianos, de una familia: el amor, los celos, los pequeños dramas y las no menos pequeñas alegrías y traiciones de unos seres tan convencionales como sus problemas.

Aunque lo cierto es que siempre cabe la posibilidad de que los nórdicos consideren el amor, las relaciones sentimentales, como un arma de destrucción, masiva o individual, de la que hay numerosos ejemplos en la literatura, en el cine y en las leyendas, desde Troya y Elvira Madigan hasta Otelo, por citar tan solo algunos. En definitiva, de lo que se habla es de la infatigable capacidad de los humanos para transformar un instinto natural en una serie de ritos y formalidades que con frecuencia producen más dolor que placer.

Hay que señalar que una parte importante de que el espectador no decida cambiar de canal o plataforma a las primeras de cambio es el elenco de excelentes actores, encabezados por Pernilla August y Dennis Storhøi, los cabeza de familia, que consiguen mantener el interés de una trama que, en principio, podría carecer de ello. Al fin y al cabo, contemplar las idas y venidas sentimentales de una familia amplia e interracial tampoco es el colmo de la imaginación, y ahí radica el talento de su creador. Claro que para talento tampoco hay que olvidar a Joan Manuel Serrat cuando canta aquello de “En la noche de San Juan/ Cómo comparten su pan/ Su mujer y su gabán/ Gentes de cien mil raleas…”, que es otra forma brillante de celebrar el solsticio de verano.

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