Su melena entrecana es una declaración de intenciones. Personalidad fuerte de mujer poderosa a lomos de canciones melódicamente irresistibles, temas que han resonado en humildes domicilios de toda condición, en la plenitud de vidas que ahora merece la pena celebrar. Crissie Hynde se presentaba en el escenario de Las Noches del Botánico al frente de su banda, Pretenderz, como se les anunciaba en las pantallas, paladeando las sílabas, afirmando en cada verso con su actitud y con su banda marcando el tempo con propósito de suspender las melodías en la crudeza de una sección rítmica impecable. Quien pensara que venía a escuchar a una banda de pop o de soft rock, o de algo similar, debió llevarse una sorpresa: la estadounidense lidera una banda de rock and roll con lecciones para los jóvenes, con temas instantáneos, sí, pero con la fuerza de un bulldozer. Y, una vez más, en este escenario, el sonido fue, sencillamente, espectacular.

Qué pronto y qué bien sonó «Kid», uno de los clásicos de una banda que eliminaba la ansiedad de sus clásicos antes de «Time The Avenger», en la que Hynde demostró conservar un chorro de voz digno del Teatro Real. La de Ohio exudaba actitud rock and roll en «Message of love» y, si hace falta, genio reggae en «Private life», porque ella emergió contra todo pronóstico de una escena punk en la que todo el mundo era bienvenido, al menos, de palabra. Hynde, quizá haya que recordarlo, abrió un camino cuando pocas tenían la oportunidad de lograrlo, por pura obstinación y credibilidad, sin pizca de amedrentamiento, en un universo testosterónico. A codazos, literalmente, se ganó un lugar entre los mejores.

Pero nadie le gana en coraje a la estadounidense, de Akron, el extraño lugar de nacimiento de LeBron James y Stephen Curry (¡y Devo!). Hynde emigró a Londres para ser dependienta en Sex, la tienda de Malcolm McLaren y Vivienne Westwood donde, de alguna manera, nacieron The Sex Pistols. Ella lo cuenta bien en sus memorias. Que no les engañen sus infecciosas melodías: pese a su sensibilidad en el verso, Crissie Hynde encarna una mole en lo que hace. Anoche, en el Jardín Botánico de la Universidad Complutense, su banda, especialmente el guitarrista James Wallbourne, regalaba unos solos dignos de heavy metal. Ni Queens Of The Stone Age, amigos, lograron semejante virtuosismo.

The Pretenders actúa en las Noches del Botánico de Madrid

Pero claro, luego llegaba la amargura de «Hymn to her», sin chaqueta a sus deslumbrantes 72 años y con centenares de móviles iluminándola (algo que, por cierto, le irrita bastante) y era difícil mantener la compostura. El derrumbe completo estaba por llegar con «Chain Gang», uno de esos temas tristes que parecen alegres, de los que hablan de los «trabajos forzados», de las malas decisiones, y que queda como patente de corso de una vida llena de cicatrices. Si alguien mantenía la compostura, «Don’t Get Me Wrong» estaba ahí para deshacer malentendidos. Una canción que abre momentos proustianos, que devuelve a un momento y a una emoción universal, la imposible materia de la vida («quién puede explicar el trueno y la lluvia», canta Hynde), la ecuación de la existencia que el público recibió con la única respuesta posible: bailando como si el lunes no existiera.

Después llegaron «Day after day» y la irresistible «Thumbelina», «Vainglorious» y «Sense of taste», a cual mejor. Por supuesto, quedó un momento de oasis para «I’ll Stand By You», otro de esos monumentos de su trayectoria. No cayó «Brass In a Pocket», pero quién podría reprochárselo en semejante noche. Tampoco dijo apenas ni «sois los mejores, Madrid» ni otras zarandajas. Se limitó a lo protocololariamente necesario. «Gracias, esperamos volver a veros», comentó antes de «Middle of the road», cuando apenas llevaba una hora y cuarto de concierto. No hacía falta mucho más. Unos bises con «Love’s a Mistery» y «Stop Your Sobbin'», para volver a sentir aquello de lo que hablábamos.

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