La deportista afgana Manizha Talash huyó de Kabul a Pakistán “con una túnica negra hasta los tobillos y una máscara en la cabeza” para escapar de la represión que le esperaba con el regreso de los talibanes en agosto de 2021 y poder seguir practicando su pasión, el break dance o baile deportivo. Ahora, seleccionada para el Equipo Olímpico de Refugiados para competir en los Juegos Olímpicos que comienzan el 26 de julio en Francia, se entrena seis días a la semana en el escenario del auditorio de las Trece Rosas, en el centro de Vallecas Villa (Madrid). Su historia es similar a la de Dorsa Yavarivafa (Teherán, 20 años), una joven jugadora de bádminton que vive en el Reino Unido desde hace cuatro años, a donde llegó tras un arduo viaje por Europa desde su Irán natal cuando era aún una adolescente y durante el que fue separada de su madre y detenida tres veces. Su selección como miembro del Equipo Olímpico de Refugiados le ha enseñado que no hay meta que no pueda alcanzar. “No importa de dónde venimos, lo que importa es que todos somos seres humanos y no debemos renunciar a nuestros sueños”, afirma.

La dos mujeres forman parte del grupo de 36 atletas de 11 países diferentes que representarán en París a los más de 43 millones de refugiados que hay en el mundo, según Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados. Este equipo, creado por el Comité Olímpico Internacional (COI) por primera vez con el apoyo de Naciones Unidas en 2015 ante las crecientes crisis migratorias, permite competir a deportistas que no pueden participar en representación de su país de origen, donde son perseguidos. De todos ellos, solo la boxeadora camerunesa Cindy Ngamba logró superar las pruebas clasificatorias para los juegos, mientras que el resto recibió una invitación por su “rendimiento deportivo”, si bien el comité también tuvo en cuenta para la composición del equipo lograr “una representación equilibrada” de deportes, género y países de origen.

“Llegar a este sueño fue muy difícil. No solo voy a competir. Voy a decir quién soy, de dónde soy, cómo pude llegar hasta aquí”, explica Talash, que usa como nombre de guerra b-girl Talash. Y quiere que lo sepan las chicas que “ahora están en Afganistán y no pueden hacer nada”. “No pueden estudiar, que es muy importante. No pueden salir de casa. No pueden escuchar música. No pueden bailar. Pero yo estoy aquí para que todo el mundo sepa cómo están las chicas en Afganistán”, clama.

Llegar a este sueño fue muy difícil. No solo voy a competir. Voy a decir quién soy

Manizha Talash, deportista de ‘breaking dance’

Becada por el COI, Talash “se está preparando para las batallas que llegarán, aunque su nivel es aún medio”, explica David Vento, el bailarín y entrenador que ha puesto a su disposición la Federación Española de Baile Deportivo, una disciplina que compite por primera vez en los Juegos Olímpicos. “En cierta forma, Manizha devuelve al breaking a sus orígenes, a las calles del Bronx de los años setenta, como un medio de expresión y rebeldía social de una juventud marginada”, añade.

“Pero aunque llamemos batallas a las competiciones de breaking, uno contra uno, yo no compito para ganar. Me gusta la cultura del hip-hop como forma de expresión”, dice la b-girl afgana en un descanso en la repetición constante de freezes, footwalks, moonwalks, powermoves, toprocks, 6steps, drops, headspins y demás movimientos que forman la base del baile. “La verdad, mi vida fue muy dura. Una chica en Afganistán, cuando no tiene padre, tiene que ser un brazo para su madre, y tiene que trabajar, y también tiene que estudiar, pero al encontrar el breakdance, mi vida cambió mucho. Cuando bailo, soy feliz, no pienso en mis problemas”. Lo descubrió “viendo un video en Facebook de un chico afgano que estaba girando sobre su cabeza”. “Al principio, yo pensé que no era real. Pero después de buscar y ver en Google y YouTube, vi que se podía y decidí aprender y bailarlo”, cuenta.

De las 56 personas que practicaban breaking en su club en Kabul, Talash era la única mujer. “Yo no entendía por qué no había chicas, porque no se rebelaban más, por qué se quedaban en casa. Al final llegamos a ser seis, y yo formé mi propio grupo, Reunion Crew, y estábamos también con un grupo de rap, AK13, con letras que hablaban de Afganistán, de nuestra cultura, nuestra vida. Una historia nuestra”, añade.

Sin embargo, su mundo de sueños de libertad se hundió en agosto de 2021 cuando los talibanes tomaron Kabul 20 años después de haber sido derrotados. “A los talibanes no les gusta que las chicas hagan algo. Cuando yo vivía en Afganistán, pusieron tres bombas cerca de nuestro club. Es muy difícil para todos la vida allí. Cuando sales de casa piensas siempre que quizás no vas a volver, porque los talibanes no dicen nada, tú no puedes pensar qué están pensando, pero sabes que cuando no les gustas, te matan”, afirma. Fue entonces cuando todo su equipo de breaking decidió huir. “Llevé conmigo a mi hermano pequeño, de 12 años. Entramos ilegales en Pakistán, yo con mi burka negro y los chicos enmascarando sus tatuajes con maquillaje”. Tras pasar un año en lslamabad, la capital paquistaní, donde llegó a convivir con otras 21 personas en una misma habitación, el único miembro del equipo que aún conservaba el pasaporte afgano logró llegar a España. “Envió una carta al Gobierno. Unos meses después pudimos venir los demás, aunque nos dispersamos y estamos muy lejos unos de otros. Dos están en Murcia, dos en Huesca y dos estamos en Madrid”, relata la deportista. Aunque antes, ella también recaló en Huesca, donde aprendió español y trabajó en una peluquería.

A Vallecas llegó por la intervención del Comité Olímpico Español (COE), según explica su presidente, Alejandro Blanco. “Nos hizo una llamada el COI en marzo pasado, contándonos que Manizha era deportista, estaba en Huesca y tenía estatus de refugiada. Nos movimos, conseguimos para ella la beca de solidaridad olímpica y hasta pudimos atender a su petición de conseguir que su madre y sus hermanos vinieran a Madrid, lo que logramos hablando con la embajada en Pakistán”, explica a este diario.

Yavarivafa: “Mi padre no podía verme jugar al bádminton”

Yavarivafa, que será la segunda atleta refugiada en competir en la especialidad de bádminton en la historia de los Juegos Olímpicos, habla con una sonrisa en el London Stock Exchange (el edificio de la Bolsa de Londres). Sostiene que es muy difícil entrenar en países autoritarios, pero pide que “nunca renuncies a tus metas. Si entrenas duro, estoy segura de que llegarás a un lugar muy alto en tu carrera”, sentencia. Esta convicción viene de su propia experiencia: aprendió a jugar al bádminton en Teherán, a los 10 años. A los 15 ya había ganado numerosos torneos en su país, pero el equipo nacional la rechazaba sin explicaciones, algo que la familia atribuía a una forma de represión por las ideas políticas de su madre. Por estas dos razones, ambas dejaron el país.

La jugadora de bádminton iraní Dorsa Yavarivafa, fotografiada el 24 de mayo en Londres.equipo olímpico británico (Team GB / Tom Shaw)

Tampoco las condiciones para jugar en Irán eran fáciles: ningún hombre podía entrenarla, ni verla competir. Además de que para hacerlo, tenía que usar hiyab (pañuelo islámico), recuerda. “Mi padre no podía verme jugar al bádminton. La primera vez que me vio jugando fue cuando tenía 19 años”, cuenta. Fue en un torneo celebrado en Middlesex (Reino Unido) en octubre de 2023, a donde viajó su padre, que todavía sigue viviendo en Irán. Era su primer reencuentro en cinco años. “Creo que estaba más estresado que yo. Me emocioné mucho”, relató entonces al medio especializado en este deporte Development.

En 2019, las autoridades iraníes permitieron puntualmente, por primera vez en 40 años, el acceso de 4.000 mujeres iraníes a un estadio de fútbol, separadas de los hombres. En 2022, bajo la presión de la FIFA, el régimen pareció abrir más la mano para que las iraníes pudiesen asistir a los partidos, aunque organizaciones como Open Stadiums, que trabaja por el acceso de las espectadoras a los estadios, se quejan de que siguen vendiéndose entradas de forma limitada a las mujeres.

La primera vez que mi padre pudo verme jugar yo ya tenía 19 años, y tuvimos que usar hiyab (pañuelo islámico) en el partido

En Inglaterra, Yavarivafa pudo seguir entrenando y estudiando, y hoy compagina su pasión por la raqueta con la carrera de Ciencias del Deporte en la Universidad Middlesex de Londres. En 2023 consiguió entrar en el Programa de Becas para Atletas Refugiados gracias a que su exentrenador la puso en contacto con el jugador de bádminton iraní Kaveh Mehrabi, que participó en los Juegos de Pekín 2008 y la ayudó a postularse.

Yavarivafa, “agradecida y emocionada”, no ha podido dejar de sonreír desde que supo que iba a participar por primera vez en unos Juegos Olímpicos. “Es una oportunidad increíble para una atleta, el sueño de todo deportista. Fue una gran sorpresa, pero estaba lista: creo en mí misma, me preparé para esto”, subraya. De estos Juegos quiere ganar experiencia y conocer a sus ídolos: “Estoy muy emocionada de ver a mi mayor ídolo, la española Carolina Marín”.

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