Cansados y descorazonados, como la tuna al llegar el verano, se han manifestado esta semana muchos trabajadores de Radio Nacional, entre ellos, sus principales figuras. Están hartos —dicen— de sentirse cenicientas en RTVE y de que las cadenas funcionen sin dirección ni proyecto y de que las contratas externas les coman la tostada de los podcasts. Lo han contado en una carta dirigida “a quien corresponda”, tal vez porque ya no saben contra qué muro lamentarse.

Que España se debe un debate sobre la función y la forma de las radiotelevisiones públicas es tan evidente como que todos los gobiernos lo eluden porque les aterra perder el control propagandístico sobre ellas, pero en el caso concreto de la radio ya existe un consenso relativo. Quizá porque el modelo no comercial, volcado en el servicio público y en la explotación de formatos y contenidos casi inexistentes en las cadenas comerciales, está muy consolidado. Con publicidad o sin ella, TVE nunca ha dejado de competir con las privadas, como ha demostrado una vez más el culebrón de Broncano. RNE, en cambio, tiene un modelo tan distante de las grandes cadenas generalistas que estas no la consideran su competencia. Los colaboradores de radio firmamos una cláusula de exclusividad con nuestras emisoras, aunque RNE suele estar excluida de esos acuerdos. Es muy improbable que un tertuliano tenga contrato en la Ser y en la Cope a la vez, pero casi nunca hay problema por tener domicilio abierto en una privada y una segunda residencia en la pública.

Esto es así porque RNE cultiva una manera de ser compatible con los modelos comerciales. No solo los complementa, dando proyección a músicas y tendencias minoritarias o imposibles de rentabilizar, sino marcando un estándar de calidad. El estilo —a veces demasiado formal, quizá rígido e incluso un poco elitista, hasta en sus rincones más populares— funciona como metro de platino para medir la excelencia radiofónica. Si no existiera RNE, defender la diversidad y la innovación en las radios privadas sería mucho más difícil.

Como alertan sus trabajadores, RNE no puede funcionar por inercia. Para mantenerse en tiempos de podcasts y revolución mediática, necesita un capitán. Lo raro es que sean la propia tripulación la que, harta de mantener la nave a flote a su leal saber y entender, reclame una jefatura que ponga orden y marque el rumbo. Con lo bien que se vive sin que nadie te mande. Supongo que eso da la medida de su desesperación.

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