Hay un momento durante la conversación que Lara Siscar mantiene con Rosa Montero en su luminoso piso madrileño con motivo de la nueva entrega del programa En primicia, que se emite en la noche de este jueves (La 2 y RTVE Play, 23,30 horas), donde la escritora y articulista de EL PAÍS desvela una clave del éxito que cosechó durante su etapa como entrevistadora. “Uno nunca debería hacer una pregunta cuya respuesta no te interese”. Montero dejó hace años de sentir la pulsión de interrogar a grandes personajes de nuestro tiempo. A ello se dedicó durante varias décadas en El País Semanal, el suplemento dominical del diario EL PAÍS. Y solo repitió de manera excepcional cuando surgió la oportunidad de mantener un encuentro con Malala Yousafzai, la niña pakistaní cuyo rostro balearon los talibanes por defender su derecho de ir a la escuela. Tras sobrevivir al atentado, Malala se convirtió en un símbolo global contra el integrismo. Montero conversó con ella en el otoño de 2013 y volvió a mandar a la redacción de El País Semanal un texto que daba pie a un titular memorable en boca de su entrevistada: “Hay que morir alguna vez en la vida”.

Esa “necesidad y ese placer del viaje al otro” siempre movió su deseo de hacer entrevistas, que quedó relegado con el tiempo por la escritura de libros de ficción. “Me encanta la gente. Me interesa saber qué piensan”. Ese instinto periodístico surgió pronto en la hija del banderillero Pascual Montero, nacida en Madrid hace 73 años. De él recuerda cuando era niña cómo llegaba con los cañones de la camisa negros y duros de la sangre del toro después de las tardes de corrida en la capital hasta la humilde casa donde ella le esperaba, sentada sobre el alféizar de la ventana con las piernas colgando. La primera entrevista de su vida fue al padre, para una revista manuscrita que ella misma confeccionó y aún conserva. “Estamos en casa del torero tan famoso retirado Pascual Montero”, escribió entonces en aquella publicación artesanal. A continuación, explicaba que el lidiador no se encontraba en su domicilio y quien recibía era su esposa. “Nos íbamos a ir cuando mi compañero dijo que por qué no le hacíamos a ella algunas preguntas”, escribió la niña Montero citando a un compañero imaginario que podría representar la figura del fotógrafo que acompaña al plumilla. Y al final, la protagonista de aquella pieza fue una conversación con su madre.

El juego de la entrevista le persiguió. La primera que publicó fue una breve charla con Julio Iglesias en el diario alicantino Información, durante las prácticas que realizó en el verano de 1970 tras el primer curso en la escuela de periodismo. De regreso en Madrid, colaboró con el “boletín interno de butano” y la “revista de los sindicatos verticales de agricultura”, donde se abordaba el escarabajo de la patata. Hasta que la convocaron en la redacción del diario Pueblo, “el mejor sitio del que te podían llamar” y donde llegó con 19 años. Le pareció “un sitio espantoso, lleno de machirulos totales con las corbatas en erección”. Por eso, acostumbró a subir a la planta del equipo de documentación para trabajar. Otra llamada a principios de 1977 cambiaría su vida para siempre.

El fallecido Félix Bayón, entonces responsable de El País Semanal, se acababa de quedar sin la entrevista del número que cerraba al día siguiente. Telefoneó a Montero y le pidió que consiguiera hacer una a alguien relevante y enviársela antes del siguiente mediodía. Nada más colgar a Bayón, ella llamó a casa de Ana Belén. Por suerte la encontró allí, donde estaba dispuesta a recibirla en un par de horas. La entrevista llegó al cierre de la revista. Y la periodista comenzó su andadura en EL PAÍS. Hasta hoy. Llegaron los encuentros con personajes como Jomeini en el exilio, antes de su regreso a Irán para conducir la revolución islámica, y Arafat en su guarida. Los retratos que Montero hizo de ambos líderes árabes fueron demoledores y premonitorios. “Es visionaria, tiene proyección de futuro”, dice sobre ella su colega de oficio Nativel Preciado en el episodio de En primicia.

Dos millares de entrevistas a grandes personalidades ha firmado Montero en medio siglo de profesión. “Ha abierto camino a muchas mujeres que han venido detrás”, recuerda Álex Martínez Roig, responsable de El País Semanal entre 1993 y 2005. Y añade: “Las entrevistas eran largas, en territorios favorables. No había gabinetes de comunicación, entornos defensivos que frenasen el acceso a los personajes. Y ahí, Rosa se movía muy bien”. Como sintetiza Gabriela Cañas, periodista de EL PAÍS y expresidenta de la Agencia Efe que compartió oficio y vida con ella en este periódico: “Su fama estalló muy rápida y fue una estrella dentro de la redacción”.

También están las zonas de sombra. Las crisis de pánico que padeció entre los 16 y los 30 años. “Un trastorno mental es algo inesperado”, dice Montero. “Es como un gigante que llega, te da una patada y te saca de la especie humana. Implica un sentido de soledad brutal”. Los ataques de pánico cesaron cuando empezó a publicar novelas. “La ficción es lo más íntimo tuyo, hay psiquiatras que dicen que es un delirio controlado. Si escribes una novela donde sacas tu interior más puro y llega alguien que dice ‘esto que tú sientes yo también lo siento’ te une al mundo. Y permite que no te sientas tan sola, no te sientas tan loca”.

Su género favorito fue la crónica. La búsqueda más allá de la noticia, pero con su misma inmediatez. Algunas de sus piezas de los primeros tiempos en EL PAÍS se han reunido en un libro reciente que lleva por título Cuentos verdaderos (Alfaguara). “El periodismo es un género literario como cualquier otro”, dice Montero. “Siempre he tenido esa ambición. La ambición periodística es escribir con un estilo, con una mirada y una traducción del mundo propia, tuya nada más”. De aquel tiempo son trabajos como el que destapó los maltratos a los presos de la cárcel de Herrera de la Mancha (Ciudad Real). O su encuentro en el penal de Burgos con Félix Novales, asesino que formó parte de los GRAPO. “Lo que quiero saber es por qué alguien mata a alguien. Por qué somos como somos. Y por qué el poder funciona de una determinada manera. E intentar hacer de eso una indagación literaria, que es hacer una indagación del sentido de las cosas”.

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