Es imposible hablar de educación sin que las ratios desciendan, cual deus ex machina, a ocupar el centro de la escena; o es el tema o, “y por supuesto”, se añade de oficio. Suele decirse que es lo único en lo que todo el profesorado está de acuerdo (y pobre de quien disienta), pero en algún momento hay que preguntarse sobre la pregunta y tal vez cambiarla, aunque ello suponga tirar las viejas respuestas. Desaprender para aprender. Después de todo, en la institución escolar el alumno es el fin (su educación y cuidado y, más allá, la sociedad) y el profesor es el medio (aunque no sea solo eso ni sea el único). En suma, empleamos profesores para educar a los alumnos, no institucionalizamos alumnos para dar empleo a profesores, como parecen querer algunas prácticas no importa tras qué retóricas.

Empecemos con los datos. La base más rica es el GPS de la Educación de la OCDE (https://bit.ly/4epHZWc). En España, según éste, el tamaño medio de una clase de primaria es de 20 alumnos y, en la ESO (secundaria inferior), de 23. ¿Es mucho o es poco? Pues es ligeramente menos que las medias de la OCDE, 21 y 23 en el mismo orden, y poco más que en la UE-25, con 20 y 22; los máximos se dan en Chile, 31, y Japón, 32; si sacamos a Chile, con un pie en el Sur global, el máximo en primaria sería también para Japón, con 27; los mínimos son 16 en Luxemburgo y 17 en Letonia; añadamos, por la veneración que concita, los de Finlandia, 19 en ambas etapas.

Para las ratios, el GPS ofrece mayor detalle por etapas. Veámoslas para infantil (toda), primaria, secundaria inferior y secundaria superior, siempre en este orden: en España son de 11, 12, 11 y 10; para el conjunto de la OCDE son 13, 15, 13 y 13; para la UE-25 son 13, 15, 12 y 13; las ratios nacionales más elevadas son de 34 en el Reino Unido, 24 en Colombia y México, 30 en México y 18 en Colombia; si nos limitamos a Europa, todas las máximas son británicas: 34, 29, 17 y 18; las mínimas son 4 en Islandia, 8 en Croacia y otros tres países, y 8 en Croacia; en la bendita Finlandia son 8, 13, 8 y 17. España, pues, se sitúa muy levemente por encima (peor) en alumnos por aula y notablemente por debajo (mejor) en alumnos por profesor (ratios). Hay que añadir que la posición relativa era bastante más favorable antes de la Gran Recesión, que pasó factura a la educación (puede comprobarse en los datos de Eurydice).

¿Debemos reducir las ratios? En una perspectiva comparada, no son un problema, estamos bien. La idea es además imprecisa, pues se pueden reducir ratios sin tocar el número de alumnos por aula, por ejemplo, añadiendo otros docentes especialistas o de apoyo. También se podían reducir los alumnos por aula sin tocar las ratios, por ejemplo aumentando las horas lectivas de los profesores o reduciendo las de los alumnos. La idea convencional es reducir los alumnos por aula aumentando el número de profesores para lo mismo, pero da poco de sí. Supóngase una profesora de la ESO, en una asignatura, con 30 alumnos y 3 horas semanales, que en España equivalen a 150 minutos, que se aprovechan al completo y se dividen en 75 para la lección y otros asuntos de grupo y 75 para una atención más diversificada, 2,5 por alumno si fuera individual. Si bajásemos la ratio a 25, por ejemplo, la cuota de atención individual se elevaría a… 3 minutos, un 20% más, pero una ganancia minúscula que aumentaría el coste del personal docente el 17% y el presupuesto escolar en torno al 11%, lo que no es broma. Mucho gasto y muy poco impacto. La operación se puede recalcular para primaria, para más o menos horas por asignatura, para otros grados de diversificación (subgrupos), para el trabajo docente preparatorio… y el resultado será siempre parecido: alto coste y escaso beneficio, si es que lo hay. De hecho, es lo que la investigación dice: que no hay cambios en los resultados, que son débiles, que son contradictorios, que no duran… y, sobre todo, que, comparada esta medida con otras, ni es eficaz (cambia poco o nada) ni es eficiente (cuesta mucho para poco); el número de alumnos por profesor solo influye con seguridad en el aprendizaje cuando desciende a cinco o menos, pero entonces ya no hablamos de profesores sino de preceptores.

Veamos otra opción. Una gran mayoría de centros, de infantil a secundaria, tienen dos grupos por curso (líneas) o asignatura (al menos las comunes). Supongamos que nuestra profesora del grupo A y el profesor del B funden sus grupos. La asignatura sigue teniendo 150 minutos y la lección 75, pero los docentes suman ahora 300 y les quedan 225 para atención individual; la ganancia no es para tirar cohetes, pero sí del 50%, dos veces y media la de la reducción canónica. El meollo está en que la lección frontal es fácilmente escalable, dentro de ciertos límites, mientras que la atención individual es muy escasa y muy costosa, pero la codocencia permite jugar con ambas cosas a la vez y a menor coste. Hay muchas más razones para la codocencia en términos de cantidad y complementariedad del capital profesional, difusión y continuidad de la innovación, iniciación profesional, amortiguación del absentismo, salvaguardia contra la arbitrariedad, etc., además de una organización más flexible de espacios, tiempos, agrupamientos y actividades, etc., pero esta es una.

Hoy podemos contar, además, con otro agente para la atención individual: la inteligencia artificial generativa, conversacional (ChatGPT y similares, para entendernos). La Academia Khan venía desarrollando desde mediados de 2022, en colaboración con OpenAI, una adaptación de GPT-4 para la educación, bautizada como Khanmigo (por Khan conmigo), con barreras de protección más seguras, ajuste fino para contenidos curriculares (primaria, secundaria y primeros cursos universitarios) y una metodología socrática (no dar la solución, sino acompañar y guiar su búsqueda), y su desempeño es impresionante. Pongo este ejemplo, más acabado, pero nadie dude que proliferarán en breve y gratis o a buen precio. Y, créanme, en nada serán tan finos como puede llegar a serlo un humano, pero en mucho serán iguales, en algunas cosas mejores y en todo más asequibles e incansables.

Y, ahí sí, necesitaremos más educadores, segura pero no necesariamente profesores, no ya para sacar alumnos del aula sino, ante todo y sobre todo, para multiplicar las herramientas y las capacidades con las que debe contar todo centro educativo. La codocencia (la colaboración de dos o más docentes, como iguales, en el aula), la ciborgdocencia (el uso de algoritmos, quien sabe si robots, como agentes de apoyo a la docencia, en el aula y fuera de ella) y el reforzamiento multidisciplinar de los equipos docentes (no solo con docentes clonados en universidades y oposiciones para hacer más de lo mismo) ofrecen mucho más que la cansina cantinela de las ratios y los grupos.

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