Juguemos a optimistas, aunque no cese la bronca. El ambiente político ha mejorado en España tras el acuerdo de socialistas y populares sobre el funcionamiento de la Justicia. Se ha logrado con la ayuda de la Unión Europea y bajo su vigilancia. De pronto se ha pasado de la confrontación al consenso. Por un momento regresó la moderación y cobró impulso al bipartidismo, aunque, teniendo en cuenta el errático comportamiento en la trayectoria de Pedro Sánchez, nadie está seguro de que estemos ante un giro determinante en la política nacional. La desconfianza persiste y los agravios mutuos no desaparecen de la noche a la mañana. Pero tampoco se descarta de plano que estemos ante un cambio de rumbo en busca de la centralidad. Sobre todo si se confirman los anuncios de nuevos pactos entre los dos grandes partidos. Por lo pronto, Sánchez, con este primer acuerdo, ha sacado a Feijóo del oscuro territorio de la extrema derecha y lo ha reconocido como alternativa.

El presidente del Gobierno se encuentra en un callejón sin salida y puede que esté pensando, una vez más, en hacer de la necesidad virtud, pero en sentido contrario. Está fallando su andamiaje progresista. Los socios a su izquierda se dividen, se dispersan y se inutilizan unos a otros. Su respaldo es cada vez más inseguro. El fracaso de Sumar y Yolanda Díaz parece irreparable. El «Gobierno Frankenstein» no da mucho más de sí. Las Cortes se convierten en un constante viacrucis. La dependencia de la política catalana puede dar jaque mate a la legislatura. Por si fuera poco, a Pedro Sánchez se le multiplican los problemas judiciales en su propia casa, cuyos efectos políticos y psicológicos se agudizan en un ambiente de confrontación. Los socialistas históricos, con Felipe González a la cabeza, no ocultan su disconformidad. Y sus dos principales referencias en la Unión Europea, el portugués Costa y el alemán Scholz, prefieren que no siga encadenado a populistas de izquierda, comunistas y separatistas, entre otras razones porque es la fórmula más segura para que aumente en España la extrema derecha, un plan antieuropeo y condenado al fracaso.

Todas estas razones pueden obligar a Pedro Sánchez a iniciar un movimiento estratégico hacia el centro, renunciando a las actuales alianzas y optando por elecciones en otoño, coincidiendo, si viene al caso, con las catalanas. La apertura a los pactos con el Partido Popular, si se confirman, haría más verosímil ese radical cambio de rumbo. Es la hipótesis que más se maneja hoy en los mentideros políticos de la capital. ¿Optimismo de verano? Quizás.

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