Reluciente bajo el foco cenital de la sala de conferencias, Jessica Bouzas se expresa entusiasmada después de haber hecho historia, convertida en la segunda jugadora capaz de apear en la primera ronda a la campeona del año anterior en Wimbledon. Hasta ahora, únicamente lo había conseguido la estadounidense Lori McNeil, frente a la alemana Steffi Graf en la edición de 1994. Sin embargo, su referencia es otra. “Sinceramente, no he mirado el móvil. Lo único que he hecho es atender una videollamada de mi madre para preguntarle dónde estaba y verla, pero no he contestado a absolutamente nadie más; lo único, he visto por ahí un comentario de Garbiñe, por pura casualidad, pero creía que no era ella, que podía ser una cuenta falsa… Así que lo he mirado, ¡y era ella!”.

No es mala referencia la de Muguruza, felizmente retirada ya, protagonista en 2015 de una irrupción atronadora en Londres y campeona dos años después. Tenía entonces Garbiñe solo 21 años, uno menos que Bouzas, y cayó como un rayo en La Catedral. Aquella escena se grabó en la mente de la gallega. Y también en la piel. Aunque sean bastante más discretos que los de la campeona recién destronada, la checa Marketa Vondrousova, ella (6-4 y 6-2, en 66 minutos) también luce varios tatuajes. “Son siete u ocho”, precisa; “excepto el del dedo [Shh, onomatopeya silenciosa dirigida a aquellas personas que no creían en que llegaría hasta donde ha llegado], están ocultos. Está la fecha de nacimiento de mis abuelos maternos, una mariposa en el tobillo por mi madre, otro en las costillas por mi familia, el trisquel por mi casa… Y también tengo un rayo; de hecho, es el mismo que llevo en el collar. Siento que me identifica”.

Viene Bouzas de Vilagarcía de Arousa, aunque con 13 años se enroló en la academia de David Ferrer en Xàbia y desde hace año y medio se ejercita en Madrid, bajo las directrices de Roberto Ortega. Poco tiene que ver su aldabonazo en el All England con el protagonizado en su día por Muguruza, esta última una fuera de serie, pero desde luego resuena con fuerza y refuerza el trabajo de una tenista que está aprendiendo a crecer. En abril rompió la barrera del top-100 y en mayo logró su primera victoria en un WTA 1000, la antesala a los grandes; no fue ante una cualquiera, tampoco; se impuso esa mañana a Paula Badosa. Ahora, en su segunda participación en Wimbledon, tercera en un major, festeja con ganas su primer triunfo en un escenario de máximo relieve y se hace notar.

“Sí, supongo que esto llama la atención. Me imagino que las grandes jugadoras irán conociéndome, porque al final soy una rival, pero sobre todo es positivo porque significa que poco a poco tengo más visibilidad en el circuito”, apunta, recordando en el transcurso de la conversación que el pasado sábado, cuando se sorteó el cuadro, su padre le telefoneó para advertirle de que tenía un cuadro muy duro. “Y yo le decía: ¡pero dime contra quién, papá. Estaba muy nerviosa, pero luego me relajé porque me dije: ‘voy a vivir una experiencia [la de jugar en la Centre Court] que muchos jugadores no van a poder vivir, algo increíble, así que voy a disfrutar. Y así ha sido. He disfrutado del momento, he jugado libre”, prolonga. “Pero el torneo sigue”, continúa, sabiendo que se medirá mañana con otra española, Cristina Bucsa, superior a Ana Bogdan (6-4, 4-6 y 7-6(5).

Una chica “muy normal”

“Soy una chica normal, muy sociable; me gusta llevarme bien con todo el mundo. Aunque tuve que marcharme de mi casa para poder seguir jugando al tenis, conservo mi círculo de Galicia y mi familia sigue estando en el pueblo. Me gusta leer e ir a tomar café o al cine, lo típico en España. Todo muy normal”, se describe, volviendo sobre el tatuaje que luce en su dedo índice, el Shh. Sin ánimo de revancha, solo para quienes se den por aludidos: “No es sobre toda la gente, es solo que cuando eres jugadora de tenis tienes a muchas personas que te dicen que no puedes hacerlo, que eres mala, que no tienes tenis, que no tienes esa cualidad, que tu esfuerzo no es tan bueno… Es para esas personas, no es para las personas buenas. Es divertido”.

Y en Wimbledon, de repente, suena con fuerza su nombre: silencio, aquí está Jessica Bouzas. “Hay muy pocas probabilidades de que algo así vuelva a pasar, así que debo disfrutarlo. Ahora tengo que pararme y mentalizarme para la siguiente ronda, pero creo que merezco disfrutar de este momento”, desliza antes de hacer una última referencia a Muguruza, quien colgó la raqueta a mediados de abril, con solo 30 años. “Ojalá pudiera parecerme a ella jugando. La he seguido desde que era pequeña y creo que ha hecho cosas increíbles por el por el tenis español”, recuerda; “no la conozco personalmente, y eso es algo que se me quedó ahí, una espinita clavada; me gustaría poder entrenar algún día con ella o simplemente conocerla. Ha tomado su decisión y creo que el tenis español le debe mucho. ¿Hasta cuándo me gustaría jugar a mí? Ojalá esto dure mucho…”.

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